¿AMLO, BUKELE O MILEI?
JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC
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JORGE SAHD K.
Con cifras de inseguridad disparadas en México, el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) logró traspasar el poder a Claudia Scheinbaum, con un histórico 59%. Por otro lado, el mandatario de El Salvador, Nayib Bukele, se ha transformado en el referente contra el crimen organizado en América Latina y aseguró su cuestionada reelección con un impresionante 85%; mientras que Javier Milei, a 6 meses del inicio de su Gobierno en Argentina, y con minoría en el Congreso, sostiene una aprobación sobre el 50%.
¿Qué tienen en común estos tres líderes? Todos han sido un síntoma de sociedades hastiadas con la clase política (“los mismos de siempre”), con la corrupción y economías que no responden a expectativas básicas. Curiosamente, dos de ellos –Bukele y AMLO– no fueron outsiders, sino parte de la misma clase que atacaban.
Los liderazgos de los Presidentes de México, El Salvador y Argentina responden a una creciente desafección hacia la democracia tradicional, pero envuelven el riesgo de que se transformen en “autoritarismos competitivos”.
“La gente ya no está dominada por la elite política, por la casta como le decías. Ya no es así. Ya la gente tiene otra mentalidad y esa es la razón por la que personas como tú llegan a la presidencia”, le dijo Bukele a Milei, en su cambio de mando.
AMLO, Bukele y Milei no tienen en común una ideología, sino una forma distinta a la tradicional de ejercer y comunicar el poder. Ideológicamente, AMLO recuerda a una izquierda nostálgica sesentera. Bukele, a un camaleón que transitó desde la izquierda a la derecha hasta fundar su propio partido político, Nuevas Ideas. Y Milei es un libertario de tomo y lomo.
Este tipo de liderazgo responde a la creciente desafección con la democracia tradicional: cerca de la mitad de los latinoamericanos son indiferentes al régimen político mientras su gobernante resuelva los problemas de salud, seguridad y economía, según Latinobarómetro. Es una tendencia en ascenso durante la última década, con una democracia criticada por su falta de resultados, sobrepasada por el crimen organizado y el estancamiento económico. Una democracia cuyo “chasis”, el Estado, se mueve a una velocidad infinitamente más lenta que la inmediatez de la sociedad actual.
¿Cuál es el riesgo? Que estos liderazgos se terminen transformando en “autoritarismos competitivos”: ganan elecciones democráticamente, se conectan emocionalmente con la ciudadanía, pero en el ejercicio del poder erosionan las bases de un Estado de Derecho. Este riesgo es menor en Argentina, por su estructura política; pero mayor en México, con la deriva autoritaria de AMLO y el hostigamiento al Poder Judicial y ciertos órganos autónomos; y en El Salvador, donde Bukele torció la Constitución para repostularse.
El riesgo de “nuevos autoritarismos” aumenta con la falta de frenos y contrapesos. El caso de México es ilustrativo, con el partido Morena y aliados logrando más de 2/3 de ambas cámaras, teniendo “carta blanca” para aprobar muchas de las reformas constitucionales que AMLO no logró.
El mediocre desempeño de la economía latinoamericana, con un promedio bajo el 1% del PIB anual en 2014-2023, es un terreno fértil para culpar a la política tradicional. Como en la década perdida de los ´80, la región sigue estancada y sin poder responder a las expectativas básicas de una ciudadanía que experimentó un cambio social importante en los 2000.
La respuesta a estos riesgos, más que insistir en las manoseadas etiquetas de “populista”, “ultra derecha” o “izquierdista”, es trabajar en condiciones institucionales básicas que permitan a los países resistir toda tentación autoritaria.